26.3.09

WITOLD GOMBROWICZ Y ENRIQUE VILA-MATAS


Por Juan Carlos Gómez

El Orate Blaguer es un hombre de letras muy connotado que fue adquiriendo un cierto desparpajo a medida que pasaba el tiempo, si bien no pudo sacarse de encima un tono de llorón crónico que lo acompaña a todas partes, una manía incurable de hacerse el loco y una verborrea incoercible.

“Pasé toda una larga época obsesionado con saber qué había sucedido realmente en la famosa cena de Borges y Gombrowicz. Un día, el azar quiso que José Bianco aterrizara en Barcelona, le llevaron a la tertulia literaria que yo tenía en el bar Astoria. Me pasé toda la noche planeando el momento en que le preguntaría a Bianco qué había ocurrido en la famosa cena. Cuando por fin me atreví a preguntar, Bianco me dijo: —Usted quiere saber qué pasó aquel día, pero yo quiero saber qué ha pasado hoy, pues a mí me habían dicho que esto era una tertulia literaria y lo que yo he visto hasta ahora es una reunión de cocainómanos, no han parado ustedes de ir todo el rato al lavabo. Ya no me atreví a decirle nada más a Bianco en toda la noche”.

Mis historias con los escritores y los editores en la mayoría de los casos no tienen un final feliz. Las últimas cartas que recibí del Orate Blaguer eran tan breves como amargas. Este destino triste que me persigue desde hace mucho tiempo tiene algo que ver con los contenidos de los gombrowiczidas que en algunas ocasiones no llegan a ser bien interpretados.

Los nombres de muchos gombrowiczidas han sido coronados con apodos a lo largo del tiempo. A mí me parece que el origen y la naturaleza de los motes debe quedar un poco en el misterio, sin demasiadas aclaraciones por parte del autor que, como todos los gombrowiczidas saben, vengo a ser yo. Debo aclarar sin embargo que algunos de esos motes carecen de ese misterio, verbi gracia el del Orate Blaguer, pues describe cumplidamente la naturaleza de este hombre de letras. El primer apodo que puse fue el de Pterodáctilo, en una época en la que todavía no existían los gombrowiczidas.

El origen del mote siempre tiene un contenido negativo, se refiere a historias verdaderas que me unieron a los motejados en distintos momentos de esas cápsulas de Gombrowicz que son los gombrowiczidas, pero con el paso del tiempo pierden el sabor acre que traen por el nacimiento y llegan a tener, por lo menos para mí, un carácter familiar y afectuoso.

Debo reconocer sin embargo que así como Gombrowicz provocaba a los profesores en la pensión de las “manoseadas” de Zakopane con sus burlas, a mí se me ocurre aveces provocar a los hombres de letras y a los Protoseres.

Los españoles, como sabemos, han elegido al Orate Blaguer entre sus hombres de letras más conspicuos para reflexionar sobre Gombrowicz.

Siendo Gombrowicz un escritor cuya obra no admite una interpretación única se puede entrar a su mundo por muchas puertas distintas, más diría, se puede entrar también por las ventanas.

La puerta que eligió este escritor ilustre fue la precaución pues desde muy joven se puso bajo el paraguas de la idea gombrowiczida de que el arte consiste en escribir sobre algo imprevisto y no sobre lo que se tiene que decir. Es evidente que el Orate Blaguer escribe sobre Gombrowicz sin tener nada que decir pero, a pesar de esto, no alcanza el imprevisto del que habla Gombrowicz.

Su fascinación por Gombrowicz comienza cuando ve una foto de Tandil en la que está posando con gorra en actitud altiva y arrogante. Se le despiertan entonces las ganas de ser como él, de ser un escritor extranjero, raro y con un rostro tan orgulloso como el suyo.

Repite hasta el cansancio su inveterada tontería de que durante mucho tiempo se imaginó que su escritura se parecía mucho a la de Gombrowicz, pero que después de haberlo leído se dio cuenta de que eso no era para nada cierto.

De idiotez en idiotez, con esa arrogancia irresponsable que tiene el Orate Blaguer, nos informa sobre cuáles son las dos obras maestras de Gombrowicz: los diarios y la inscripción que dejó en el baño de un café de la calle Callao: —A señoras y señores/ para nuestro beneficio/ no lo hagan en la tabla/ háganlo en el orificio.

Y sobre el pasaje del diario en el que Gombrowicz habla de su encuentro con una vaca se pronuncia en forma apodíctica: “Estamos tal vez ante un texto fundamental de Gombrowicz”.

El Orate Blaguer es un llorón crónico, un llorón que intenta llorar desde el más allá. A este tipo de llorones profesionales Gombrowicz les da una buena paliza.

“Pero estoy harto de los gimoteos actuales. Hay que renovar nuestros problemas […] La muerte, por ejemplo. Para cambiar un poco de óptica, nos basta con pensar: No, no es ningún drama, estamos adaptados a la muerte desde que nacemos; y aunque nos vaya devorando poco a poco cada día, nunca nos enfrentamos con ella a cara […]”.

“¿Enajenación? No, no es tan terrible […] esas enajenaciones le reportan al obrero a lo largo del año, casi tantos días libres y maravillosos días de fiesta como días de trabajo. ¿El vacío? ¿El absurdo de la existencia? ¿La nada? […] No se necesita un Dios o unos ideales para descubrir el valor supremo. Basta con permanecer tres días sin comer para que un mendrugo de pan adquiera ese valor; nuestras necesidades son la base de nuestros valores, del sentido y del orden de nuestra vida […]”.

“Hace algunos siglos, la gente moría antes de los treinta años. La epidemias, la miseria, el diablo, las brujas, el infierno, el purgatorio, las torturas... ¿Acaso los triunfos se nos han subido demasiado a la cabeza? ¿Acaso hemos olvidado lo que éramos ayer? […]”.

“No es que me rebele contra una visión trágica de la existencia, no soy de los que pintan el mundo de color de rosa. Pero no se puede estar siempre repitiendo lo mismo […]”.

“El rasgo más trágico de las grandes tragedias es que suscitan pequeñas tragedias; en nuestro caso, el aburrimiento, la monotonía, y una especie de explotación superficial y monótona de las profundidades”.

Finalmente el Orate Blaguer se cansó de los gombrowiczidas, más especialmente del autor de los gombrowiczidas, y desde Nueva York se refiere a mí aunque sin nombrarme de una manera insolente.

“Se ha dicho que le he dado mantenimiento a los clásicos de Borges (a Melville y su Bartleby), pero también es cierto que he acompañado los éxitos de librería de Robert Walser (a quien saqué modestamente del invernadero de las solapas y lo convertí, gracias a Doctor Pasavento, en un santo laico), de Georges Perec (uno de los autores que he decidido doblar, duplicar), de Fernando Pessoa (propongo que se multipliquen, como los peces, los heterónimos) y de Witold Gombrowicz, el noble polaco al que algún imbécil debería dejar de manosear”.

Los rostros tienen un gran significado, suelen también ser equivalentes cuando expresan los mismos contenidos. La réplica nacional de rostro español del Orate Blaguer es el rostro argentino del Hombre Unidimensional, como muy bien puede observarse en las fotos que forman parte de este gombrowiczidas.

El tono del comienzo de mi relación con el Orate Blaguer fue promisorio y afectuoso, de ningún modo era previsible la caída estrepitosa que se produjo después.

“Quiero decirte que mi editor es Jorge Herralde (Anagrama) quien, a la vuelta de un viaje argentino, me regaló el libro de Emecé, con las cartas a Goma de Gombrowicz. Así como Beatriz de Moura, que fue mi primera editora, le importa muy poco Gombrowicz, Herralde siempre ha tenido una gran debilidad por él (como tú ya sabes, publicó ‘Testamento’). Yo te recomendaría que hablaras o, mejor dicho, le escribieras a Herralde […] Escríbele a Herralde, por favor. Sería maravilloso que tus escritos se publiquen en Anagrama. Herralde es muy receptivo a esas cuestiones. Además, ha sido un editor que ha leído con profundidad a Gombrowicz al que quiso traducir desde el inicio de su editorial. No pudo entonces conseguir los derechos. La viuda miraba a Anagrama como a una minucia, algo que no valía la pena. El único libro que pudo publicar fue ‘Transatlántico’ aunque ya había sido editado antes”.

El Pato Criollo y el Orate Blaguer son dos gombrowiczidas ilustres que tuvieron conmigo una muy buena predisposición desde el mismo comienzo de nuestra relación, luego las cosas fueron cambiando poco a poco hasta convertirse en una relación amarga.

Hace ya algunos años, por razones completamente desconocidas para mí, me vinieron unas ganas incontenibles de mortificarlos a los dos al mismo tiempo y tuve la ocurrencia de mandarle una carta al Pato Criollo en la que le decía que el Orate Blaguer tenía las facultades mentales completamente alteradas, y al Orate Blaguer otra en la que le decía que el Pato Criollo era un bartolero insustancial. Puse en el sobre del Orate Blaguer la carta del Pato Criollo y viceversa, en el sobre del Pato Criollo la carta del Orate Blaguer, y acto seguido los mandé por correo. El Orate Blaguer se enojó y no me escribió más.

La reacción del Pato Criollo en cambio fue benévola, me pareció entonces que el Orate Blaguer era un ser limitado y el Pato Criollo una persona de un panorama más amplio.

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